jueves, 30 de junio de 2011

     Cuando manejamos una lengua, cometemos el error de creer que la conocemos a la perfección y que por lo tanto no necesitamos estudiarla y profundizar en ella. Sin embargo, no es así. Nuestro conocimiento en este sentido puede conducirnos al éxito o al fracaso, a la libertad o a la esclavitud, a la certeza o a la duda.
     Es nuestro deber enriquecer nuestro vocabulario, afianzar nuestra lengua, mantenerla viva, no solo para que subsistan los signos que la conforman, sino para que nuestro pensamiento se desarrolle y amplíe cada día más, pues la relación de imbricación y dependencia entre la una y el otro son innegables. La palabra hace posible el pensamiento y el pensamiento necesita de la palabra.
     Solo engrandeciendo  nuestra lengua a través del buen uso y no del "abuso", podremos ser mejores hombres y mujeres dignos de esta Patria tan bella que nos parió.